Bulling, de la escuela a las redes

Bulling, de la escuela a las redes.

El acoso, el maltrato psicológico  y/o físico por parte de los más fuertes, tiene, en realidad,  una historia tan larga que excede a la humanidad misma. Los expertos en conducta animal, observan un fenómeno parecido en algunas especies mamíferas, un ejemplo gráfico, es el demonio de Tasmania, por la agresividad de su interacción intrafamiliar. También en una camada de gatitos, o perritos, veremos que uno de ellos se alimenta menos, y que los demás se abalanzan sobre él, utilizándolo como presa de práctica. Entre los simios, aumenta la semejanza con el bulling humano.

El bulling es una práctica primitiva de dominio del más fuerte sobre el más débil del grupo. Esto es una realidad, pero estamos muy lejos de justificar semejante  conducta. La especie humana ha evolucionado desde aquellas conductas animales,  gracias a las herramientas que adquiriera, propias de su inteligencia, sentido ético, razonamiento analítico, y empatía social.

Las escuelas, o cualquier espacio de reunión social, proveen de oportunidades de aprendizaje. El libre albedrío nos da la opción de ser primitivos y brutales, o civilizados y racionales; y de ser dominantes  sobre los espacios propios y ajenos, dominar nuestro propio espacio con asertividad, o dejarnos vencer por el temor y someternos al abuso.

Cuando el ámbito es delimitado por las paredes de una escuela, la víctima del bulling puede tener sitios personales, donde reponerse y compensar de alguna manera esta difícil situación.

Pero llegaron las redes sociales y el bulling fue sembrado en un terreno mucho más amplio y malicioso. El escarnio, la persecución, la invasión de una página o muro, provee una presión inusitada a la víctima, miles de personas de su edad pueden ahora divertirse a costa de su sufrimiento. Realmente el daño puede ser grave, especialmente en los más susceptibles, ocasionando estados depresivos, ataques de pánico, alteraciones del sueño y la alimentación, entre otras consecuencias.

Los adultos a cargo, pueden tener acceso al problema, pero es poco lo que pueden hacer si una fotografía de su hija inunda el ciberespacio. Sólo se puede recurrir a la recuperación, desde el interior de la familia. Generar confianza, mejorar la autoestima, basándose en valores ciertos, existentes en el niño, tejiendo una red de seguridad y autovaloración.

Después de todo, los abusivos que practican o participan del bulling, tendrán menos expectativas a futuro, en sus relaciones afectivas, sociales y grupales. Su carencia afectiva y moral, que en la niñez y adolescencia, se oculta tras una conducta aparentemente divertida, les valdrá a futuro, el aislamiento. El mundo adulto no duda en segregar a quien se comporta agresivamente, el sistema legal cuenta con herramientas para llegar a encarcelar a los acosadores y abusadores de cualquier índole.

Los adultos responsables de una víctima de bulling tienen trabajo por hacer, fortaleciendo el lazo con su hijo. Pero no menor es la tarea de los adultos a cargo de un niño tempranamente abusador de los más débiles. De hecho, es más factible que la víctima pueda ser rescatada, que un acosador corregido. La familia del victimario, suele confundirse y pensar que sólo es exceso de personalidad y fortaleza, esto los enceguece, porque  los enorgullece. Por eso será más dificultoso inducir al cambio.

Combatamos el bulling, no “compartir”, o “gustar” de páginas o comentarios que lo promuevan. La opción de bloquear a quienes lo practican, los deja sin público. Y sin aplaudidores los abusivos tienden a desistir.

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