Los «mejores nuevos escritores”: ¿siempre menores de 40 años?

Las listas de los mejores autores menores de estos últimos tiempos refuerzan la idea de que la narrativa de ficción es el territorrio de una persona joven, dejando las voces maduras a un lado, sin celebrar siquiera el hecho de que han sido publicados.

En las últimas listas publicadas por Buzzfeed, The New Yorker y Granta los escritores han sido todos menores de 40 años. ¿Será que escribir ya se ha constituído en un concurso de belleza? ¿Es una especie extraña e híbrida de competición deportiva? Es muy cierto que los conceptos de belleza y logros deportivos podrían estar asociados, en nuestra cultura actual, con la junventud (aunque ese hecho de por sí constituye un falacia). Pero más alarmante es que se extrapole éste juego en el que “la vitalidad es juventud y, por lo tanto, el joven es el único posibilitado a ‘la azaña’ de contemplar una carrera literaria”. No hay razón para estas imposiciones culturales se extrapolen también a la palabra escrita.

En nuestra larga vida, la edad que tenemos en nuestras carreras suele ser algo que no se toma a la ligera. El mercado laboral es una prueba tajante de esto. Pero estas listas dicen algo acerca de cómo estamos empezando a pensar en la escritura, formando una idea de que la literatura tiene una estructura de carrera imaginable y percibible, una forma, un método adquirible “de hacer carrera” a través de la literatura, donde cada uno puede pasar a obtener éxito con su material si se encuentra dentro del espectro de 20 a 40 años. Dejando a los autores “de mayor edad” como una mera anécdota.

Esto sería más que perfecto y aceptable si en el mundo de las letras una “carrera” tuviera algún tipo de trayectoria reconocible. Un futbolista puede preocuparse si no ha entrado en un club de primera división a cierta edad, por ejemplo; porque estos tipos de trabajos tienen estructuras reconocibles, pero: ¿cómo cuantificar estos procesos en el mundo que se rije por una combinación entre destreza y capacidad (en el oficio), originalidad (ya sea temática o en una nueva propuesta de forma y/o estilo) y en la calidad integral de la obra como tal? ¿Cómo se cuantifica el valor de una obra literaria de un autor de 20 años frente a uno de 65 años? La respuesta es tan sencilla como aterradora: el mercado.

En una oportunidad, un famoso (pero no tan talentoso) artista musical de rock argentino se expresó diciendo que es ridículo pensar en un “rockero” que tenga 40 años, porque el rock es “un idioma de la juventud”, resaltando la idea de que el rock como género pertenece a ideas asociadas como la rebeldía, lo adolescente, el descubrimiento de uno mismo y su lugar en el mundo, la batalla con “lo establecido” y el status quo, entre otras cosas que se identifican con “la persona joven”. Al momentod de expresar estos pensamientos el músico tenía 34 años.

Este modo de pensar no es nuevo en el mundo de la música popular. Desde un desenfrenado show de Chuck Berry en los ’50, pasando por miles de eufóricos y exelentes guitarritas en los ’60, con un desacatado Grease a finales de los ’70, llegando a una revoltosa Madonna en los ’80 y un espléndido   mar de grupos pop en los ’90; la música popular ha sido, hace casi un siglo, fomento de una cultura de la virilidad, la juventud y “lo fresco”. Muchos de los grandes artistas han podido salir de la “cadena de frío” y se han reinventado a sí mismo, despojándose del traje juvenil y adaptando su música a su edad. Pero son pocos los que han logrado éxito en este viaje. Radiohead fue uno de ellos, que saliendo de un mundo torturado por un drama adolescente que parecía no tener sociego, encontró más tarde un sitio en las frías gradas del rechazo al presunto confort que la tecnología pretende imponer a este mundo, y con ello alzó su bandera.

Pero es realmente preocupante ver al mundo de la literatura entrar en este juego, emulando al mundo de la música, en un intento de imitación que de seguro quedará en la triste pantomima. Ya que el escritor, desde su aspecto primordial, como oficio, es una tarea que no perdona. Un arte que debe ser cuidado con el ejercicio regular y macerado a través del tiempo. Cuyos mejores temas provienen de las experiencias personales y de la observación cuidadosa del mundo que nos rodea, una observación instrospectiva que sólo los años pueden enseñar al hombre. Es la voz de la maduración. Observación instrospectiva que será arrojada en la página con brío, luego de un largo viaje de vida. Esto puede ocurrir tanto a los 20 años como a los 71 años. Nadie puede predecir cuándo una persona dará un paso a delante en su maduración personal. Y es por ello que este juego de “los mejores nuevos escritores” no puede ser un territorio del “más vital” de ellos.

El joven y fresco nuevo escritor es un concepto de marketing. Es parte del mismo juego de marketing que te pide, mediante la publicidad, que te identifiques con personas de 10 a 20 años más jóvenes que tú mismo. Un juego que, si bien es apto para vender un producto, cuando es utilizado para vender arte, nos está llevando a un sitio tenebroso: un lugar donde se denigra al artista (sí, el escritor es un artista, un tipo especial y único en su clase, pero “creador” al fin), y su obra no es más que un subproducto de su “selling point” (ángulo promocional de venta) más fuerte: su imagen.

Nota del autor: Es cierto que en latinoamérica la situación es bastante diferente, por varios aspectos diferentes que, actuando en simultáneo, permiten a los nuevos autores ser aún más jóvenes de lo que se espera o, por el otro lado, a algunos bastante más «adultos» incurrir en el mundo de las letras. Pero estas diferencias son objeto de otra discusión que será tratada en un nuevo artículo por venir.

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