Antes de entrar de lleno en este tema, es necesario hablar de sus dos raíces: la económica y la individual. Cuando la Economía comienza el tremendo proceso de fagocitarse a sí misma, y el sistema sobre el que sienta sus bases, simplemente se desbarranca, podemos decir que la economía se suicida. Esto ocurre cuando se deben rescatar bancos y administraciones, generándose un endeudamiento que hipoteca el futuro de millones de personas. El dinero pierde su respaldo y los discursos políticos, su veracidad.
En las últimas décadas, diferentes zonas han sucumbido bajo los “efectos” de algún sismo económico. La globalidad se manifiesta brutalmente en este aspecto, generando verdaderas ondas expansivas que llegan a los principales mercados. Pero lejos de aprender a través de las experiencias, los países continúan en su derrotero de autodestrucción. No se modifican los paradigmas que dieron nacimiento a tanto desastre, sino que se refuerzan, con penosos parches y “rescates financieros”, que sólo sirven para distraer la atención de la verdadera razón de todo esto.
Lo peor es que en esta loca carrera hacia el abismo, lo que corre riesgo no es el Sistema, que sólo es un concepto abstracto. Quienes son arrastrados, son personas de carne y hueso, niños y abuelos sin protección, jóvenes sin futuro. Los números no contabilizan a las familias sin hogares, las parejas que se destruyen, los niños abandonados. Las estadísticas no pueden reflejar el dolor del fracaso, la desesperación de un hombre que invierte su vida en un sueño, para ver que alguien, que no conoce, toma decisiones que lo afectan tanto, como para destruir su proyecto de vida.
Entonces el Sistema no funciona en sí mismo, no es solamente que no sea seguro, que fluctúe con una hipersensibilidad ridícula, sino que hace ya demasiado tiempo, perdió el fin por el que se creara alguna vez. La Economía se creó para el bienestar de todos, para administrar los recursos que nos provee este mundo que habitamos. No es aceptable que por ella la gente muera, que por ella la vida de alguien pueda perder su sentido.
Cuando la Economía es un fin en sí misma el error es profundo y se manifiesta individualmente en las personas. Muchos miden su éxito y su valoración personal, por los logros económicos, status social, bienes y riquezas materiales. Le rinden honor a la economía más que a cualquier dios.
Pero la Economía no les retribuye, a ella no le interesan las personas, se alimenta del ego, de la inversión de los valores. Esto explica por qué alguien creería que si sus finanzas fracasaron, su vida es un fracaso, y que si perdió sus cuentas y posesiones, también perdió su razón de vivir.
El índice de suicidios se eleva notablemente durante las recesiones, y más aún durante las depresiones económicas. Muchas personas no pueden resolver este acertijo: la economía es al ser, lo que una pestaña al ojo de la ballena.
La vida es tan valiosa que nadie se atrevería a ponerle un valor, las “acciones “ de la vida cotizan tan en alza que no puedes sino invertir en ella. Tus acciones te llevarán más allá de cualquier crisis, porque tienes recursos que jamás podrían embargar ni hipotecar: tu mente, tu voluntad, tus afectos, tu amor propio, el coraje de estar en un planeta que todavía no aprendimos a amar como merece y por eso sufrimos las consecuencias. La valentía de amarte a tí mismo, más que a tus propios logros, e inculcar esto en tus hijos, para que no dependan de un mercado de valores incomprensibles, sino de su propia fortaleza.
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