Antaño el curandero de una comunidad, resolvía tanto los problemas médicos, como psico energéticos, alejando tanto al virus como al demonio. Los pequeños pueblos crecieron mezclando la fe con la ciencia, la fitoterapia con los remedios químicos. La relación entre el médico y sus pacientes era estrecha, podían conocerse desde décadas, generando una confianza y afecto, propios de las pequeñas comunidades.
A medida que el tiempo transcurrió, arrastró al olvido al viejo doctor que llegaba a casa a curar nuestros males. Ahora los hospitales, clínicas y salas de atención, responden en una forma impersonal y masiva a la demanda de salud de una ciudad. Ya no son decenas de pacientes, ahora son millares. El tiempo de atención y su calidad, se reducen cada día más, en aras de abarcar tanta cantidad de personas.
Sólo los profesionales, bien pagados, disponen de tiempo suficiente para escuchar y atender en forma personalizada a sus pacientes. En muchos casos, la persona es vista, más como cliente, que como paciente. El médico suele contar como ingresos, a los visitantes a su consultorio. También con esa mentalidad, se redactan miles de recetas innecesarias, que se basan en los premios otorgados por laboratorios, así como se dan “asociaciones” entre hospitales y la industria farmacéutica. De esta manera, sucede que una persona gasta dinero demás, adquiere medicamentos que no necesita, incluso ante el riesgo de deterioro de su salud, en lugar de lograr su recuperación.
Aunque sea duro de aceptar, la salud terminó cayendo por una pendiente que la llevó a ser una fuente de millonarios ingresos, y la alejó de su fin original, el bienestar y la salud integral de las personas. De todos los defectos que el sistema civilizado puede tener, este es el más cruel, el más inhumano.
Del médico especialista a… ¿Google Glass?
Por otra parte, la tecnología en su loca carrera, ha logrado avances prodigiosos, encuentra hoy un amplísimo campo de investigación. La ciencia médica, se instaló en este escenario, y los alcances se estrellan contra la gran pregunta: ¿hasta dónde se puede llegar?. Una respuesta implícita podría ser que “se llega hasta donde se pueda llegar”. Pero una mejor es: “avanzar en todo sentido que implique una mejor calidad de vida, sin perder la condición de respeto por la naturaleza humana y por las demás especies”.
En este contexto, viene avanzando, la medicina virtual. Nuevas aplicaciones permiten realizar consultas a distancia o dirigir una operación vía ordenador. Como tecnología de punta, la última novedad es el Google Glass, que permitiría realizar diagnósticos a distancia, en solamente 8 segundos. Se trata de gafas de realidad ampliada, con un diminuto ordenador en el lente, a través de una aplicación que funciona con el sistema Android, se fotografía la hoja de análisis de orina y sangre, y se envía un inmediato diagnóstico basado en estos datos. Este sistema permitiría diagnosticar a personas aisladas o de lugares muy lejanos, así como prevenir epidemias, o estudiar estadísticas de las enfermedades por regiones.
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Todos los avances son siempre bienvenidos, al margen de cierto sentimiento de nostalgia que nos produce el recuerdo de aquel doctor sencillo, de voz cálida, que charlaba amigablemente con nosotros, calmando el dolor y sacándonos de nuestra angustia. Parece que fueran antagónicos entre sí, la ciencia y la medicina personalizada, pero tal vez un día, ambos se den la mano, para beneficio del ser humano, en todos sus aspectos.
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