Las estigmatizaciones en la niñez, una pesada carga para toda la vida

Las estigmatizaciones en la niñez, una pesada carga para toda la vida

Las estigmatizaciones en la niñez, una pesada carga para toda la vida

Las estigmatizaciones en la niñez. Sicología en familia.

 

El propósito de este artículo es poder desentramar los caminos que conducen a reforzar los comportamientos negativos en los niños, como suelen serlo las estigmatizaciones o la acción de patologizar todo lo que se desvíe de lo “normal”.

Pondremos énfasis en el poder de la palabra como formadora, en parte, de la personalidad en desarrollo.

Estigma es un concepto que nos habla de una marca que distingue a una persona, entre otras. Es común escuchar  este término enlazado a creencias religiosas, como lo son los estigmas que algunos creyentes dicen tener con frecuencia, en representación a la crucifixión de Jesucristo.

En la actualidad muchas personas pensamos este concepto, denotando el aspecto negativo, cuando se alude a niños con problemáticas diversas de comportamiento.

Al igual que las marcas en el cuerpo, a las que hace referencia más comúnmente la palabra estigma, se utiliza también este concepto de forma metafórica para designar a los mensajes descalificadores que marcan a las personas, en este caso, a los niños.

Cuando se reiteran en forma constante, producen una adaptación contraproducente, del niño al estado o conducta que se le atribuye convirtiéndose, finalmente, en el “portador del estigma” y expresándolo en su accionar.

Por ejemplo: “niño problema” “niño TDAH” (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad) “el repitente”, etc. Estas son algunas de las formas en que se llama a determinados chicos en algunas instituciones escolares, más precisamente a aquellos que presentan desordenes en el comportamiento, en la integración y el aprendizaje.

Es difícil imaginar cómo hace un niño para correrse de ese lugar, sucede con más frecuencia que se apropian de esos “apodos” haciéndolos formar parte de su personalidad.

En el entorno familiar también se producen este tipo de diferenciaciones como “él es el más problemático de los tres”, “ella es una obsesiva”, “es un despelotado”, “tiene arranques de loco”, “es un haragán”, “es la oveja negra de la familia”, y un largo etc.

La concientización del poder de la palabra es necesaria y urge cuando se trata del período de la infancia.

En el pequeño sujeto aun no se ha formado la idea de si mismo, y tanto la familia como la escuela cumplen en el desarrollo de su autoestima, una función importantísima.

Figurativamente imaginemos un caso extremo, a los enfermos mentales dentro de un Hospital psiquiátrico. Ellos pierden identidad, rara vez se los llama por su nombre, se les asigna, en cambio, patologías, números o apodos que dejan preso a esos pacientes, dentro de ese aspecto de su persona que los caracteriza, -en el caso de los que padecen  enfermedades psiquiátricos-, la locura.

Sin ir tan lejos, hablamos con personas afectadas con algún trastorno de ansiedad y es increíble, pero pasa cada vez más a menudo escuchar frases tales como “yo soy un TOC” (trastorno obsesivo compulsivo) o un TAS (trastorno de ansiedad social), entre otras tantas otras patologías mentales de moda.

En estos casos mencionados anteriormente tenemos a personas que han quedado cautivas en sus patologías, limitando su vida a una identidad adquirida a la cual se adaptaron y terminaron por naturalizar.

Cuando hablamos de niños, tenemos que tener en cuenta que su personalidad presenta cierta fragilidad y es por esto que son tan sensibles a las aprobaciones  y desaprobaciones de los adultos.

Existen patologías y problemáticas en la niñez de diversas índoles, el nombre que cada una de estas lleve debe ser funcional y servir para fines médicos y pedagógicos quedando en manos de profesionales, preservando siempre al chico de burlas o de situaciones que lo hagan “anormal”.

Al niño no le va a aportar en nada saber que sufre de un TDAH, o que es HIPERACTIVO, o que le digan “el repitente”. Todas estas maneras de llamarlos son cuestionables, y en gran medida los diagnósticos son apresurados.

Es nuestra manera de verlos y caratularlos lo que a ellos les da o les quita seguridad.

Esto no quiere decir aprobarlos en todo, sin marcarle error alguno. Se trata de usar nuestro raciocinio para hacerlo de forma adecuada, ayudarlos a darse cuenta de sus limitaciones alentándolo y no frustrándolo, hablándoles y no gritándoles.

Evitar por todos los medio las “etiquetas” o palabras que marquen o tiendan a naturalizar una actitud o acción negativa del niño.

Forma parte de una buena educación, respetar la intimidad del pequeño. Exponerlo ante familiares o amigos no hace más que daño, y mucho. Siempre podemos buscar hablar a solas con el sobre lo que no de debe hacer.

Cuando la paciencia te abandone y te vengan a la mente palabras inapropiadas que puedan marcar la vida de un niño, detente y piensa. Las palabras son el bálsamo más eficaz a la hora de curar; como el arma más poderosa cuando lo que se transmite se hace desde la bronca.

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