La inteligencia emocional aplicada a los niños

La inteligencia emocional aplicada a los niños
La inteligencia emocional aplicada a los niños

La inteligencia emocional aplicada a los niños

La inteligencia emocional aplicada a los niños. Familia y sociedad.

 

Los padres de los niños de hoy debemos prepararlos para un futuro desafiante, y se sabe que la herramienta más importante para enfrentar su porvenir, es la de una autoestima sólida, seguridad en sí mismos, pero con una profunda empatía hacia los demás, procurando que sean personas que tengan buenos vínculos con sí mismos y su entorno. Para ello, debemos educarlos en las emociones. Compartamos algunos fundamentos de la inteligencia emocional aplicada a los niños.

Elsa Punset es licenciada en Filosofía y Letras y Máster en Humanidades, investigó, se especializó y desarrolló la aplicación de la inteligencia emocional, la toma de decisiones y los procesos de aprendizaje de niños y adultos. Nos ayuda con algunas pautas para guiar a nuestros hijos.

Lo primero que nos explica es que hoy se sabe que el cerebro trabaja con las emociones y no al margen de ellas. No existe tal cosa como un pensamiento racional puro, sino que el pensamiento emocional es una dimensión que atraviesa cada una de nuestras vivencias.  Y las emociones, pueden ser educadas, en el sentido de aprender a identificarlas y a lidiar con ellas de forma saludable. Una enseñanza así en niños, es invaluable.

Punset explica que “las emociones siempre se «educan». La diferencia es que pueden educarse por sí solas, para bien o para mal… o bien puedes incidir conscientemente en el capital emocional del niño, ayudándole a comprender, transformar y regular sus emociones”.

Un padre o madre que es un buen guía emocional es básicamente, una persona que sabe empatizar con las emociones de sus hijos, son capaces de entenderlos desde su perspectiva, “no temen ni evitan las emociones, aunque sean negativas, porque las ven como una oportunidad para la intimidad y la superación”, agrega Punset. Estos papás también saben escuchar serenamente, sin juzgar, dejando que sus hijos se expresen libremente, haciendo que se sientan escuchados, comprendidos, respetados, pudiendo así confiar en sus padres.

Desde que son pequeños, los ayudamos a comprender sus emociones y a ponerles nombre, como cuando le decimos “estás cansado”, o “estás triste” y los ayudamos a relajarse meciéndolos, cantándoles, dándoles cariño. Con ese acompañamiento, los niños aprenden a poner nombre a sus emociones y a autorregularlas, es decir, a calmarlas por su cuenta, sin tanta ayuda de los padres. La autonomía se conquista con acompañamiento, y es una de las funciones básicas de la educación emocional y social del niño.

Durante mucho tiempo, las emociones fueron incomprendidas y menospreciadas, hoy sabemos que lo afectan todo, desde nuestra salud física hasta nuestro cociente intelectual, nuestra forma de relacionarnos con los demás, cómo tomamos decisiones, nuestra creatividad, y si tenemos inteligencia emocional, podemos ser más felices y plenos.

Existen estudios que señalan que los niños que tienen padres y madres emocionalmente inteligentes tienen mejor salud, mejor rendimiento académico, mejores relaciones con los demás y menos problemas de comportamiento. Somos una generación en la que padres e hijos debemos aprender juntos a manejar nuestras emociones, para que la próxima generación sea aún más evolucionada.

Aprender a gestionar las emociones desde niños hace que sea algo natural: entrenarlas, ponerles nombres, tener nuestras propias herramientas para calmarlas o estimularlas. No evitará que nuestros hijos tengan problemas, que sufran y deban lidiar con ello, pero sin dudas que estarán mucho mejor preparados para cualquier adversidad.

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