La economía y la Tercera Edad: la propiedad privada de los abuelos

La economía y la Tercera Edad: la propiedad privada de los abuelos

La economía y la Tercera Edad

La economía y la Tercera Edad: la propiedad privada de los abuelos

 

Las políticas económicas desestiman las necesidades, elecciones y sobre todo, la potencialidad de compra de esta franja de consumidores. En realidad, la sociedad e incluso la propia familia, subestima varios aspectos de la vida del adulto mayor.

Las personas de 65 años en adelante, tienen sus preferencias, sus gustos, también desean verse bien, comer bien, y si son estimulados correctamente, querrán viajar a los lugares,  que la vida laboral no les permitió conocer. Ahora tienen el tiempo y un sustento, con base en algunos beneficios, esto los hace un mercado excelente para el consumo de bienes y servicios. Ellos no se dedican solamente a ir al doctor y cuidar su salud, también intentan disfrutar de la vida como todos nosotros.

Es tal el desconocimiento general por las aptitudes de las personas mayores, que los hijos suelen disponer y administrar arbitrariamente de sus ahorros y cobros, decidiendo sobre el anciano, a veces, sin el menor respeto ni consideración.

Es fundamental recoger lo que algunas culturas tradicionalistas han establecido como pauta fundamental, como cimiento de su sociedad: el respeto por los mayores.

Cuando éramos niños, ese hombre o esa mujer, que son nuestros padres, toleraban con amor y paciencia, nuestros berrinches, miles de preguntas, enfermedades, noches de fiebre, luego,  nuestros gustos al elegir pareja, nuestras decisiones laborales, y más tarde, toleran con más amor aún lo mismo de nuestros propios hijos, sus nietos. Sería justo tener ahora la misma actitud hacia ellos, escuchar lo que quieren decir, sentarnos a mirarlos a los ojos, y dejar que cuenten sus historias, repetirles lo que no escucharon, explicar amablemente lo que no comprendieron, tal como lo hacían cuando no entendíamos la tarea escolar.

Toda una vida de grandes esfuerzos, les vale el derecho a tener un espacio propio, no son muebles usados, son personas y cada día siguen aprendiendo sobre la vida. Merecen intimidad, intentar nuevas parejas, conservar sus amistades, escuchar la música que les trae hermosos recuerdos. La familia suele confundir cuidar de un anciano, con dominar su vida, anulando su capacidad de elección. Si vive solo, le imponen una persona que lo cuide, sin permitir que el anciano participe de la selección. Si vive con la familia, se le restringe en toda actividad propia y se los suele ver solos, sentados en la puerta de la casa, horas enteras, con la mirada perdida en los recuerdos.

En casos extremos, la familia se reparte los bienes, el abuelo es sacado de su casa, se turnan para alojarlo entre los hijos, y el anciano decae, terminando su vida como un nómade. Lo que más necesita es estabilidad, sentirse amado, rodeado por los bienes que consiguió con su trabajo por décadas, sus cosas, no son solo objetos, son tesoros llenos de registros emocionales.

Nuestra sociedad, debe brindar un verdadero espacio a los adultos mayores, ofrecerles un mercado que atienda sus gustos y preferencias, también  ayudarlos a acceder a la tecnología, como por ejemplo, Internet, lo que les permitirá socializar en las redes con sus pares, mientras se encuentran cómodos y seguros en casa. Impulsar las reuniones, bailes al estilo de sus años de juventud, clases de toda índole, paseos y salidas. Si permitimos a los ancianos, disfrutar de su vida mientras sea posible, ellos brillarán otra vez, nos enseñarán todo su valor y su alegría, por sentirse parte activa de la vida familiar. La salud mental depende en gran parte de la armonía emocional, un anciano triste, enferma en todos los sentidos.

Sobre todo, debemos saber cómo cobijarlos con amor  en la familia, de la que ellos son cimiento y raíz.

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