Miedos y fobias en los niños. Qué hacer cuando el miedo deja de ser un temor común

Miedos y fobias en los niños. Qué hacer cuando el miedo deja de ser un temor común

Miedos y fobias en los niños. Qué hacer cuando el miedo deja de ser un temor común

Miedos y fobias en los niños. Familia y salud.

El miedo no llega a nuestra vida hasta no tener cierto grado de consciencia del peligro de determinadas situaciones.

Se trata de una emoción que forma parte de un sistema biológico en combinación con factores psicológicos que determinarán el valor e importancia que le adjudicamos al peligro.

Es decir que forma parte de un proceso natural del ser humano que posibilita detonar un sistema de alarma necesario para eventuales peligros.

En gran medida los temores van siendo adquiridos a través de la información que vamos captando del medio que nos rodea.

Es así como a través de nuestros sentidos asimilamos qué puede resultar potencialmente dañino y qué no.

Los primeros miedos más comunes son los que se producen por “contagio”. Un niño ve a su madre gritar y entrar en pánico ante una invasión de cucarachas, por ejemplo. Es probable que luego de este episodio el pequeño haya aprendido que las cucarachas revisten peligrosidad, cuando en realidad solo se trata de un miedo irracional de su mamá.

Cuando los pequeños aun no llegan al año de vida y están en la etapa de exploración mientras gatean y toman entre sus manitos lo que encuentran, no está desarrollada aun la emoción del miedo.

En este período prevalecen los temores instintivos, como puede serlo la separación de su madre, pero lo que comúnmente conocemos como miedos y fobias no se suelen presentarse en este período, por eso es común verlos interactuar con perros e insectos sin presentar problemas.

Ellos tocan, investigan, pellizcan al perro y le tiran de sus pelajes, acercan sus manitos a grillos y otros insectos sin reparo.

Mientras estas situaciones no presenten imprevistos que generen un fuerte susto, como que el grillo les salte a la cara o que el perro muerda, si nada de esto sucede entonces ellos seguirán incursionando sin mayores dificultades.

Cuando pasan los años, el niño ya recolectado mucha información de la familia, la escuela y otros ambientes. Su nivel de consciencia acerca de los peligros se ha acrecentado y es común que ya presenten algunos miedos.

En los niños sucede que este mecanismo se activa ante situaciones que no suelen revestir peligro, como la oscuridad, un perro, una araña, el hecho de estar solo por algunos minutos, etc. Hay un abanico amplio de miedos en la niñez, pero suelen ser de carácter transitorio que se van con el paso del tiempo cuando ellos, por si mismo, razonan la inconsistencia de sus temores.

Cuando los miedos dejan de ser pasajeros y se instalan de modo permanente, hablamos de fobia. Se trata básicamente del aumento exagerando de la ansiedad, con síntomas fisiológicos, conductuales y psicológicos, ante algo o alguna situación determinada y por un tiempo prolongado.

El tiempo tiene que ser significativo y los síntomas más característicos son la aceleración del ritmo cardíaco, sudoración, dolores en el pecho, etc. En la conducta se evidencia una fuerte aberración al objeto o situación temida junto con el intento de huída del lugar en donde se genera.

En este sentido debemos estar atentos a las diferencias que existen entre un miedo común y las fobias, porque deben tener una atención diferente. Las explicaciones que antes calmaban la ansiedad del niño no surtirán efecto ante un objeto o situación fobígeno.

En el momento en que se presentan estos ataques repentinos de un miedo intenso, el niño no puede razonar si su temor es absurdo, o no.

Desde el hogar podemos dar los primeros pasos para la disolución de estas aprensiones, poco a poco y con paciencia.

Ya sabemos que las explicaciones no resultan de mucha ayuda, pero podemos prudentemente ir exponiendo al niño a sus miedos.

¿Cómo? El primer paso será utilizar la imaginación. Una exposición directa sería nociva sin una preparación previa.

Durante horas del día se pedirá al niño que se relaje, utilizando cualquier método de relajación (previa charla y acuerdo con el chico de qué es lo que estamos por hacer con el).

Supongamos que su fobia es a los perros. Sugeriremos entonces que piense en uno y esperar a ver qué sucede con esto. Continuar luego, si el niño está preparado para seguir. Paso siguiente será pedirle que en su imaginación se acerque al animal y así sucesivamente hasta que pueda imaginarse jugando con el.

Esta exposición ha de ser paulatina y sin presiones. Si el niño no desea seguir, entonces hemos de interrumpir el proceso y continuar en otra oportunidad.

Luego que el pequeño haya superado la primera etapa, continuaremos en mostrarle imágenes de otros niños con el perro.

Finalmente acercar una pequeña mascota canina, con el consentimiento del niño y esperar a ver los resultados. No obligarlo a acercarse demasiado.

Si los procedimientos en casa no funcionaron de manera esperable, buscar ayuda profesional será la próxima iniciativa adecuada.

No olvidar lo siguiente: las explicaciones y los retos por la irracionalidad de sus miedos no hacen más que aumentar su inseguridad. El niño necesita sentirse comprendido, protegido y no presionado.

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