Miles de científicos de diferentes áreas, desde la biología, la sociología, la ingeniería genética, y otras ciencias, intentan adelantar una idea sobre lo que viene.
El futuro próximo, tal vez puede verse hasta cierto punto, pero el futuro lejano, es difícil de perfilar.
Por otra parte, los economistas piensan que la definición de nuestro futuro depende de las variables económicas, claro, como recursos para alimentos, viviendas, educación, seguridad.
Es decir, que se supone que las variables político-económicas serán quienes delineen los años venideros.
Desde el mundo de los ecologistas, las imágenes son muy diferentes, ya que basan sus estimaciones en la creciente devastación, extinción de especies, calentamiento global, y todo lo que hace a las probabilidades de que el ser humano corrija a tiempo, o no, el rumbo de sus acciones.
Cada grupo parece mostrarnos un sector de la misma esfera.
Todos tienen sus fundamentos, unos son optimistas y otros pesimistas.
Unos aportan soluciones, otros resaltan obstáculos.
Hay más curiosidad que intencionalidad en todas las predicciones, como si de una apuesta se tratara, todos quieren y creen tener razón.
Pero la realidad es un crisol de oportunidades infinitas.
Un economista contaba alguna vez que en 1830, los políticos y científicos hicieron una gran reunión, con la intención de predecir cómo sería el mundo 100 años después, o sea, en 1930.
Llegaron a una conclusión fatal: la sociedad humana no existiría en ese tiempo, ya que la población crecería por millones, todos querrían transportarse.
El cálculo los llevó a pensar que se necesitarían millones de millones de caballos, las calles se atestarían, el estiércol se acumularía sin remedio, entonces las enfermedades, las moscas y las ratas, harían sucumbir a la especie humana.
Ellos realizaron sus predicciones en base a los datos que su realidad les aportaba, porque no es posible contar con variables que aún no existen. Exactamente lo mismo hacen hoy nuestros profetas de las ciencias.
Solo se puede imaginar el futuro en base a los paradigmas que tenemos en uso, los deformamos, los remodelamos y así construimos un modelo imaginario.
El cambio es constante, tiene un ritmo que pocos pueden seguir, las novedades se suceden a una velocidad que no nos permite llegar a conocerlas a todas.
La rapidez con que se suceden los acontecimientos es cien veces mayor, por decir un número, que en aquéllos años.
Y miren lo que les pasó a nuestros ancestros, se equivocaron, no sabían que la revolución industrial llegaría para transformar el mundo que conocían.
En nuestro tiempo, esa revolución está muriendo, junto con los combustibles fósiles, los motores de combustión interna y las energías no renovables, que ya le están cediendo su lugar a los nuevos paradigmas.
Pero aún no los vemos, apenas llegan sus primeros resplandores y ya nos sorprenden con inventos que parecen de ciencia ficción.
En realidad no sabemos lo que viene, pero lo que sí sabemos, es que tendremos un rol fundamental en el mundo futuro, porque somos los constructores, los ingenieros que día a día, aportamos nuevas notas, nuevos parámetros, y así, poco a poco lo perfilamos.
Y un día, ya estaremos formando parte del futuro. El mañana no llega de un golpe, lo sembramos, lo vemos germinar, crecer y dar sus frutos, para bien o para mal. Somos artífices de lo que vendrá.
Por eso es tan importante, más que imaginar y tratar de predecir, pensar qué mundo queremos, cómo imaginamos a nuestros nietos y biznietos. Las decisiones de hoy,tendrán un efecto de 100 años, veámoslo así.
Es cierto que no estaremos físicamente vivos, pero en la especie estará inscripta la memoria de lo que hicimos en este presente.
Hacer lo correcto hoy, será la mejor manera de estar presentes dentro de 100 años.
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