Clásicas mentiras en la publicidad para mujeres
Clásicas mentiras en la publicidad para mujeres. Información útil.
Cuando las mujeres tenemos ganas de soñar,disfrutar una hermosa historia de amor, divertirnos y por qué no aprender, entre otras opciones, prendemos la televisión.
Cuando nos sentamos frente a la pantalla, en líneas generales y excepto que sean las tres de la mañana, sabemos qué es lo que estamos dispuestas a ver y por eso lo hemos elegido. Me pregunto ¿qué pasa con las publicidades? ¿Esas que están a toda hora, que escapan al zapping nuestro de cada día y se instalan en nuestras casas y taladran nuestra mente?
Las publicidades son así, no hay control remoto que las combata. Son como el sol, “aunque nos las veamos (o queramos ver) siempre están”.
Ya lo dice el dicho, “si no puedes con tu enemigo, únete a él”. Por eso, yo creo que podríamos utilizar las publicidades dedicadas a las mujeres como un instrumento más de entretenimiento y diversión.
Si le ponemos onda, creo sin equivocarme que podemos soñar aún más con una publicidad que con una película y sino, a las pruebas me remito:
Publicidad de productos para limpiar la cocina:
Acá se entremezcla la acción y el terror más puro. La escena transcurre en una cocina salida de la más cruel de las mentes: ollas en estado de putrefacción, hornallas que parecen haber sobrevivido a la segunda guerra mundial, azulejos con pinturas rupestres, platos cubiertos de grasa. En el medio de este caos visual para el espectador, se encuentra la figura del ama de casa, prolija ella, pero que denota un cierto cansancio por las tareas hogareñas y una desesperación inminente de sólo pensar en meter mano en semejante enchastre.
Cuando una ya espera que la mujer colapse o emita algunos epítetos, justificados por cierto, aparece en escena un héroe musculoso, con jopo reluciente y sonrisa inmaculada. Luego de alguna frase poco feliz, el joven héroe extiende a la dama un producto cuasi mágico que dejará su cocina como nueva, sin rastro alguno de esfuerzo o cansancio.
Tan mágica es la solución que ofrece el aguerrido caballero, que la protagonista cambia su aspecto también. Pasa de un cabello atado a un brushing glorioso, la ropa que luce tiene más glamour, la cocina ya no tiene azulejos, sino porcelanato, la bacha es doble, aparece una monocomando del año 2050 y un sinfín de transformaciones milagrosas, evidentemente efectos secundarios del producto que resultó ser mucho más que un simple limpiador.
Como la ilusión es lo último que se pierde, presurosas compramos el producto que cambiará nuestros destinos.
En el fondo, muy en el fondo, presentimos que no tendremos la misma suerte de la protagonista del aviso, pero “no está muerto quién pelea” nos decimos.
Con el producto ya instalado en nuestra vieja cocina, ésa que nos acompaña hace más de diez años, preparamos la comida, sin escatimar el uso de ningún utensilio. Total (pensamos inocentemente) nuestro nuevo producto dejará todo inmaculado, aún más lindo que cuando lo elegimos en la lista de casamiento.
Afanosas como nunca, hacemos el almuerzo, comemos en familia, disfrutamos distendidas, pensando que la limpieza luego será“un juego de niños”.
Al quedarnos solas, vemos la realidad. La escena resulta ser aún más macabra que la de la propaganda, pero sigue sin importarnos, tenemos nuestro nuevo producto. Comenzamos a pasarlo por ollas, cocina, azulejos, nada. “¿Habrá que fregar con más fuerza?” nos preguntamos estúpidamente y redoblamos los esfuerzos.
Pasó hora y cuarto y la cocina sigue dando la misma lástima y el mismo asco que daba luego del almuerzo ¡A no desesperar amigas!, nos queda un último recurso… entrecerramos los ojos y esperamos, como a la protagonista de la propaganda, que nos sorprenda el superhéroe musculoso, apuesto y galante.
Sin embargo y muy a nuestro pesar, entra en escena nuestro marido, quien porta una barriga de veinte años de casados, se está quedando pelado y viste un jogging que poco tiene de glamoroso. Al tiempo que nos dice “che gorda ¿te falta mucho para limpiar todo este despelote? quiero tomar unos mates”, nos devuelve a la más cruel de las verdades: La realidad siempre, pero siempre, supera la ficción.
Fin
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