Un tesoro escondido en Madrid

Resulta habitual hablar del lenguaje en arquitectura para referirse a un estilo concreto e incluso a unas pautas estilísticas que se repiten o son habituales en una determinada época. Existen incluso autores cuya única propuesta es esa: crear un lenguaje propio e identificable. La obra de arquitectura ha de poder ser entendida y valorada, sin embargo, sobre todo lo que ofrece más allá de ese lenguaje, una vez que el estilo ya no sea de esta época, que ya no esté de moda.

 

Un tesoro escondido en Madrid

En la calle Conde de Peñalver de Madrid el arquitecto Cecilio Sánchez-Robles Tarín levantó entre 1967 y 1970 un conjunto edificatorio de iglesia, convento y oficinas, “apropiándose” felizmente del lenguaje de Le Corbusier, aplicando los modos estilísticos que el maestro francés había empleado en proyectos como el Palacio de la Asamblea de Chandigarh, que había sido finalizado tan sólo cinco años antes. Si esta obra se admirara sólo por su estilo, por lo tanto, no tendría mayor trascendencia.

Pero la Iglesia Nuestra Señora del Rosario de Filipinas y sus edificios anexos son mucho más que la aplicación mimética de un estilo. Se trata de un conjunto que destaca por su impactante austeridad y su claridad formal, resuelto a base de diferentes volúmenes que se corresponden con cada uno de los usos, unificados todos con el uso del hormigón en bruto, el tan hasta hace poco denostado brutalismo.

Varios elementos verticales de gran presencia sirven tanto para enmarcar la nueva arquitectura como para distinguir los nuevos usos. Uno de esos grandes elementos verticales se convierte en la torre de la parroquia, con una cruz que perfora el hormigón, dejando pasar el aire y la luz a través. A pesar de la contundente presencia del conjunto,  el edificio pasa desapercibido para la mayor parte de la gente, seguramente porque todavía no hay excesivo apego a la arquitectura moderna. En la iglesia, una gran lámina de hormigón curva, que tanto recuerda a Chandigarh, acompaña a los fieles al interior, reduciendo la altura del gran volumen general a la escala humana, bajo el coro.

Cecilio Sánchez-Robles, un arquitecto experto en la edificación religiosa, decora las puertas con símbolos marítimos: el paso al interior es un recuerdo al paso del Mar Rojo y al Bautismo. Al entrar se produce el cambio de altura y la sorpresa, gracias a ese juego de diferentes proporciones, de la calle al bajo vestíbulo y finalmente al gran espacio de reunión.

El tratamiento de la luz también refuerza ese carácter sorprendente del interior: del habitualmente luminoso exterior madrileño, a la entrada oscura, que da paso a un gran espacio con una cubierta fracturada. Las grietas de una cubierta compleja iluminan sutilmente los espacios de culto, centrándose especialmente en el altar, donde una imagen de Cristo destaca sobre un fondo faceteado, el punto de luz principal de todo el espacio.

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