Los trastornos de alimentación y su contexto familiar

Tanto la anorexia como la bulimia son enfermedades específicas de origen alimentario y psicológico.

En el caso de la anorexia (nerviosa) se trata de una tendencia obsesiva por una figura delgada lo que conduce a una pérdida autoinducida de peso que llega a extralimitarse al punto de poner en riesgo la vida, esto se acompaña con una progresiva deformación de la imagen del propio cuerpo, por lo que es común, y hay que estar alertas, que una joven diga cosas tales como “estoy gorda” cuando a todas luces es evidente que tal afirmación dista mucho de la realidad.

Al igual que la anorexia, La bulimia o bulimia nerviosa es una enfermedad (se puede también utilizar el termino de enfermedad porque estamos ante una situación en donde está alterada la salud) donde se pone en juego tanto la salud física como mental. Se caracteriza por comportamientos alimentarios compulsivos que llevan al sujeto a consumir cantidades de alimentos desmesuradas en cortos períodos de tiempo, lo que se conoce comúnmente como atracones. Esto les genera un bienestar temporario al que le suceden sentimientos de culpa que terminan con la eliminación de lo ingerido a través de vómitos y laxantes.

Estas conductas suelen comenzar sin intenciones de perpetuarse; es decir, las dietas y los atracones, por ejemplo, no son privativos de estas patologías y pueden darse en personas que no presenten trastorno de alimentación (T.A.) alguno.

Después de esta breve introducción de cada trastorno, me interesa hacer hincapié en el contexto familiar donde se desarrollan. Poner el acento en las particularidades o pautas familiares que se convierten en propiciadoras para el progreso de los T.A. en general.

Estamos atravesados por múltiples sistemas. El sistema social y el sistema familiar son determinantes a la hora de evaluar los comportamientos disfuncionales en algún miembro de la familia.

En esta oportunidad focalizaremos en el espacio familiar, donde podemos hablar, en casos ideales, de un padre, una madre y hermanos; otra situación cada vez más frecuente es la de uno de los progenitores con sus hijos y una pareja que no sea el padre o madre; padres separados que no reanudaron su vida afectiva, etc.

Es importante para todos los papás conseguir que los hijos vayan adaptándose a los diversos ámbitos, a la escuela por ejemplo. Para lograrlo los progenitores invierten esfuerzo, dinero y mucho tiempo. En aquellos casos que podríamos considerarlos correctos, los padres acompañan al niño en su proceso natural de desarrollo; en otros, que podríamos designarlos como inciertos o inapropiados, los padres buscan superar las expectativas esperables ya sea por una cuestión de bienestar personal, por orgullo, por la importancia que le dan a las apariencias, etc.

De esta manera se impone la idea de perfeccionismo de la cual el niño va  a formar parte por el simple hecho de que complacer a los padres es la aspiración más grande en los primeros años y hasta antes de la llegada a la adolescencia.

La exigencia en su forma más cruda, sin cierto grado de libertad de opinión y reflexión crea un sujeto cautivo de las presiones que se imparte a si mismo -legado de las creencias inflexibles que le impusieron sus padres y también preso de los mandatos culturales. ¿Por qué? Porque lo aprendió de muy pequeño. Tenía que ser perfecto en todo lo que hiciera.

Entonces, si socialmente se impone un modelo ideal, el joven o adolescente no va a estar preparado para confrontarlo o aceptarse siendo “diferente”, no va a poder desafiar al modelo impuesto, nadie le enseñó a criticar la autoridad, solo a obedecerla. Va a intentar, cueste lo que le cueste, alcanzar ese objetivo porque ahora, la importancia que tenía complacer a los padres en su niñez, va estar focalizada en alcanzar el ideal de perfección impuesto socialmente.

Parte de aquello con lo que los niños conviven a diario labra su manera de ver el mundo. Pienso que, más allá de las cuestiones genéticas que también forman parte de los T.A., lo que ellos observan de las figuras más significativas para ellos -como una secuencia de interminables dietas de una madre pendiente de su cuerpo y estética o un padre laboralmente obsesivo y perfeccionista- reviste mucha importancia a la hora de evaluar cada caso.

Esto, sumado a la proyección que estas figuras hacen de su manera disfuncional de entender el mundo a los hijos, que nada tiene que ver con acompañar la infancia, sí de limitarla. La parte positiva de esta situación es que puede tratarse y existen innumerables, y cada vez más efectivas, propuestas de tratamiento.

A no olvidar el poder que tenemos como padres, de nosotros depende que nuestros hijos sean sujetos críticos y conscientes de lo que quieren para sí; así como también es nuestra responsabilidad, en parte, que sean marionetas de la sociedad.

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