Sembrar el mar del Norte

Sembrar el mar del Norte

El famoso arquitecto holandés Rem Koolhaas escribe sobre la sostenibilidad a largo plazo y solo alcanzo a entender su comercialización inmediata.

En el ensayo Progreso contra Apocalipsis con el que Rem Koolhaas contribuye al volumen Urbanismo Ecológico (Gustavo Gili) preparado en la Escuela de Arquitectura de Harvard (GSD) por Mohsen Mostafavi y Gareth Doherty y ahora traducido al castellano por Mónica Belevan, el holandés expone su propuesta para una nueva ecología urbana: sembrar el mar del Norte de (más) molinos y acumular energía eólica (el equivalente al petróleo que producen los países del Golfo Pérsico).

Es decir: buscar otra fuente de energía, eso sí, renovable. Es interesante leerlo (o tal vez debería decir ojearlo porque aun tratándose de un ensayo publicado en un libro tiene una naturaleza fragmentaria que, ciertamente, le concede precisión, pero también lleva a echar en falta un trabajo más elaborado en la escritura).

Así, es interesante analizar la aportación de Koolhaas a una cuestión tan acuciante como la que relaciona sostenibilidad y ciudad. El escrito y su evolución hacia una propuesta no tienen desperdicio. Comienza resumiendo el punto de partida: “la condición híbrida del momento”. Continúa haciendo los deberes: recordando que otros lo vieron antes. En este punto cita los consejos de Vitruvio sobre el soleamiento y la orientación y la aplicación de esas normas de la arquitectura a la ciudad. No explica, sin embargo, por qué quedaron olvidadas.

Koolhaas observa que la relación naturaleza-humanidad está dando la vuelta: de castigo de la humanidad (las catástrofes naturales) el ser humano ha pasado a ser el castigo de la naturaleza con expectativas apocalípticas: el desierto en el centro de Europa (Berlín o París) pronosticado por James Lovelock en La venganza de la tierra. El arquitecto, y publicista, de Rotterdam tiene un recuerdo para profesores como Jane Drew y Maxwell Fry, para los que “ningún tema era demasiado modesto o humilde”.

También para Ian McHarg, que propuso “proyectar con la naturaleza”. Y también, finalmente, para la antropóloga Margaret Mead y Bukminster Fuller, horrorizados ante la omnipresencia del consumo en la vida norteamericana.

Tras esta introducción (en la que nombra las partes sin desarrollarlas y, en lo mejor, la síntesis es de agradecer y, en lo peor, el discurso queda incompleto), Koolhaas analiza el enemigo común: el que hiere el planeta en el que vivimos. Y, a la vez que recuerda que la economía de mercado no es el único modelo posible de existencia, cita al científico Freeman Dyson, que planteó –en el New York Times- que el exceso de dióxido de carbono ayuda al crecimiento de otro tipo de plantas y que el CO2 podría combatirse con una plantación masiva de árboles “cultivados para devorar carbono”.

Finalmente, el arquitecto holandés cuenta que se podrían “reutilizar algunos aparatos superfluos para la extracción de petróleo” e incluso “generar una propia industria turística”. De cómo llegan los turistas, qué hacen y qué residuos dejan es demasiado pronto para hablar. Sí habla, sin embargo, del aprovechamiento de los antiguos depósitos submarinos de gas natural y de la recuperación de especies marinas. Está hablando, entendámoslo, de una “sostenibilidad a largo plazo”. Llámenlo pobreza mental, pero yo no alcanzo a ver más que una comercialización inmediata.

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Sembrar el mar del Norte – Artículos sobre educación

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