Por qué nos enamoramos de alguien parecido a nuestros padres

¿Alguna vez te has preguntado por qué terminamos amando a alguien tan parecido a nuestros padres? No es ninguna novedad que tanto hombres como mujeres experimenten relaciones donde la figura paterna siempre prevalece, pero ¿Sabes realmente por qué se produce esta “sustitución” del amor hacia los padres?

Puede que todavía no te hayas percatado, o peor aún, que te niegues a aceptarlo, pero lo cierto es que detrás de nuestras fijaciones por el sexo opuesto hay una búsqueda incansable por “recuperar” el amor prohibido hacia los padres que nos fue negado en la infancia.

Esto no es algo que desconozcamos. Sigmund Freud irrumpió el siglo XX con el descubrimiento de la teoría de la sexualidad infantil, lo que permitió ahondar en el sujeto de una manera nunca antes vista.

Hoy sabemos que hombres y mujeres persiguen en las relaciones de pareja una estructura familiar que retome el vínculo hacia los padres. Es innegable,  pero no deja de ser displacentero.

 

Detrás del amor hacia los padres

La búsqueda por la figura paterna no es otra cosa que uno de nuestros deseos más grandes. Por lo tanto, la impronta sexual o el apego hacia el progenitor, no pasa únicamente por una cuestión de genes como pretende explicar la biología. No, nuestra humanidad nos dice que hay algo más escondido que sobrepasa el entendimiento objetivo.

En principio, habría que recordar que en la infancia se produce el llamado conflicto edípico, un agregado de emociones, sentimientos, y profundo deseo hacia los progenitores. Estas sensaciones también se tornan hostiles cuando sufrimos la prohibición del padre rival.

Pero el Complejo de Edipo va más allá de los sentimientos, hay un deseo inconsciente por mantener una relación sexual incestuosa con el progenitor del sexo opuesto (también puede darse con el progenitor del mismo sexo, mejor conocido como conflicto edípico negativo).

Mientras crecemos, aprendemos que este deseo debe ser reprimido, un duro momento para el infante que volverá a padecerse en la posteridad. Esta puede ser una de las etapas más difíciles para el binomio madre-hijo por una sencilla razón: en plena eclosión de la pubertad se produce la maduración genital y el reinicio de las pulsiones sexuales que se habían apagado en la etapa de latencia (6 a 12 años).

Entonces se reactiva el drama del Complejo de Edipo que es descargado sutilmente por el inconsciente. Sin embargo, este es un proceso necesario para que el adolescente acepte su virilidad, lo que significa que deberá entrar en una nueva rivalidad con el progenitor.

Ofuscado por estos sentimientos de culpa que le fueron rechazados en la infancia, el adolescente intentará escapar violentamente de las imágenes parentales, lo que ocasiona una crisis en la relación padre-hijo.

 

Amor y reemplazo

 

Amor y reemplazo

Superada la crisis de la pubertad y alcanzada la primera madurez en la adultez, llega el momento de pensar en la persona con la que pasaremos el resto de nuestra vida (o al menos eso pretendemos). Los tiempos han cambiado, y uno de los problemas emergentes en la sociedad moderna radica en que la mayoría de relaciones sentimentales se produce de manera esporádica y arbitraria (como si de tirar los dados se tratara). Pero eso es otro tema.

Entonces volvemos al punto central de la discusión. ¿Por qué nos enamoramos de alguien parecido a nuestros padres? Una vez más, nuestro viejo deseo inconsciente reprimido, es decir, el amor incestuoso, es descargado en un sustituto.

Sí, este sustituto no es otra persona que alguien con rasgos muy familiares a nuestros padres. Desde una perspectiva poética, nuestro amor desmedido por papá o mamá es eterno. No es para menos, desde que fuimos pequeños nos refugiamos en su calor y nos amoldamos a su estilo de vida. Más que un misterio, el reemplazo del amor incestuoso termina siendo una consecuencia lógica de nuestro deseo original.

En resumen. Lo que sentimos por esa persona especial no es casualidad o un juego de azar, hay un vínculo poderoso que se escribió desde que estuvimos en contacto amoroso con nuestros progenitores. Eso no quiere decir que todo esté premeditado por un patrón de personalidad, pues hay un valor humano que nos distingue de los demás, un nuevo elemento que aprenderemos a amar con el alma.

Este es sólo el comienzo.

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