Nomofobia: “mi celular y yo”

La era móvil, -como la defino por su alcance en la vida de las personas- ya nos trajo  a la clasificación de patologías mentales una nueva forma de concebir el miedo excesivo a olvidar el celular o quedar incomunicados a través de este medio.

Nomofobia es el nombre que lleva el conjunto de síntomas que despliega este trastorno. Básicamente los signos ante los cuales debemos estar alertas son:

  • Sentir inseguridad o una especie de desconexión “existencial” ante el olvido o fallas en los funcionamientos del móvil.
  • Volverse desde cualquier lugar en caso de haber dejado olvidado el celular.
  • Sensación de no poder estar sin el teléfono.

Otros síntomas típicos son los mismos que encontramos en las obsesiones y las fobias; a saber: Ansiedad excesiva, sudoración e incluso huída ante el pánico de encontrarse incomunicado o sin acceso a las redes.

En la actualidad se habla de que un 40 % de los argentinos padece algunas de las señales antes mencionadas, por lo que estamos frente a un malestar que afecta a gran parte de la población, quienes seguramente no distinguen el uso necesario de una utilidad adictiva. En este último caso, los celulares son, para las personas, una parte más de si mismos componiendo una pieza de su propio cuerpo, como si se tratase de una extensión.

Esto explica la desesperación a la que se enfrentan numerosas personas ante lo que sería una “amputación” -llevándolo a un modo extremo de entenderlo- y, no es de sorprender, que sea ésta la forma inconsciente  en que muchos interpretan esta información.

Dicho más sencillamente este artefacto que comenzó siendo un medio de comunicación portátil, se ha transformado, en la vida de innumerables individuos, en un compañero infaltable, presente a toda hora y lo suficientemente incondicional… tanto como hayas aprendido a escucharlo de las publicidades que meten en tu cerebro que tu vida ya no tendría razón de ser sin este producto.

Como todo proceso adictivo, se desenvuelve progresivamente afectando las diversas áreas en las que se desempeña la persona comúnmente.

¿O es que acaso hemos llegado al punto de pensar los hechos cotidianos (dormir, desayunar, leer el diario, caminar o hacer deportes, juntarse con amigos, etc.) como aconteceres anecdóticos, que hacen las veces de actores secundarios, en una escena donde existen solo dos protagonistas: “mi celular y yo”?

No deja de ser una elección acerca del estilo de vida que elijen las personas para sí y para su entorno, si de adultos se trata. Caso diferente es cuando compete a adolescentes y hasta niños. Un porcentaje importante del general establecido, corresponde a niños y jóvenes. En estos casos ha de tenerse en cuenta que fácilmente puede caerse en la dependencia del teléfono móvil, más aun a partir de los primeros años de la adolescencia en adelante.

Los cambios en esta etapa hacen propenso a los pequeños en crecimiento porque las relaciones se tejen con más liviandad, haciendo que la timidez y las inseguridades características, queden resguardadas tras un perfil virtual.

Como padres, aprobar esta manera de relacionarse con otro, es lo mismo que darle lugar a cualquier otra conducta antisocial, además de fortalecer el comportamiento adictivo, lo cual no olvidemos puede trasladarse a otras situaciones y objetos de consumo.

Del mismo modo también hemos de establecer un criterio realista desde la función parental y establecer parámetros objetivos. Esto es lo mismo a decir que, si padre y madre no se desprenden de sus celulares para establecer una relación saludable interfamiliar, resultará dificultoso imponer un límite respetable.

En conclusión, cabe remarcar que si de algún modo podemos hacer a la diferencia, ello radicará en el trato humanizado -y no mediatizado a través de estos productos sin los cuales la humanidad ha vivido por muchos años sin dificultades-.

El consumo en sí no es lo que le produce daño a la humanidad, la falta de control es lo que se generaliza y termina por desestabilizar a poblaciones e instituciones a gran escala. Todo va y todo vuelve.  Réstale tiempo a tu amigo imaginario y comienza a formar parte de tu realidad, un poco más todos los días.

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