Fiestas de Fin de Año: una pequeña guía de supervivencia (Parte 1)

Muchas personas comenzarán estas navidades o año nuevo desde hoy, enfrentándose a una lucha eterna que parece recomenzar todos los finales de año: la cena familiar. Parecería que uno se está quejando del hecho de tener a todos sus seres queridos bajo un mismo techo. Pero la realidad es que  por más amor que exista, muchas veces suele ser agotador, e incluso, en circunstancias, agobiante.

Todo comienza en la infancia. Desde esas primeras fiestas ya notamos que hay un discurso contradictorio. Mientras que por una lado podemos vernos con todos los pequeños parientes y jugar hasta altas horas de la noche, por el otro detectamos un cierto sentido del deber. Hay muchas cosas que no se pueden hacer y compartir la mesa es una obligación (cosa que para todos los niños equivale a lo que un adulto experimentaría en cautiverio, “atornillados” a “esa silla”, esperando el momento preciado donde “la cena finalize” y podamos retomar nuestras actividades infantiles).

Parece que ésto se acentúa durante la adolescencia. Por sobre todo si comienzan los defiles de “el primer novio” y “en media hora me voy a la casa de tal o cual”. Ni hablar cuando hay fiestas de por medio. La familia es una revolución y comenzamos a participar de nuestro “entrenamiento” en el sutil arte de “la negociación”. “Bueno, podés ir pero te quedás hasta las doce en casa”. “No vuelvas tarde”. Y, ¡Quién sabe cuántas otras!

A medida que envejece, por supuesto, que aumenta tu autonomía y los asuntos mejoran. O por lo menos es lo que uno piensa. En la casa de “tal” no hay suficientes sillas, la casa de “cual” es muy lejos, cenar afuera es mejor (no te haces problemas por la comida), cenar afuera es peor (es muy impersonal), la pasamos en la casa de los padres de mi esposa para navidad y en la de mis padres en año nuevo, etc.

Porque no sólo se deben alinear todas las preferencias de la mayoría de las personas involucradas, sino que también debemos acomodar “las agendas” y sincronizar los relojes para coincidir con los que viven en otras ciudades. Y muchas de estas personas no se han visto en meses, o quizás años. La mayoría con historias y “pasado” de hace mucho tiempo atrás. Todos junto, bajo la mirada de una misma “mesa”. Muchas veces se “sacan los trapitos” y resurjen viejos recores o, gracias a “la distancia”, se generan nuevos.

Ni hablar si eres una persona introvertida, que no gusta particularmente de bailar, beber o comer demás y hablar a los gritos. El espectro de posibilidades para disfrutar de la fiesta en cuestión se reduce aún más.

Nada más extresante que comenzar a vaticinar una velada de este tipo. Por ello, estáte advertido. Pero no desesperes, ya que tenemos los mejores consejos para que puedas disfrutar a pleno de estas fiestas y, en caso de que te encuentres en una de estas situaciones de “conflicto”, tener el mejor método para salir sonrriente.

Continúa en Fiestas de Fin de Año: una pequeña guía de supervivencia (Parte 2)

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