Enojarse por cosas triviales tiene una explicación racional

Cuando las cosas verdaderamente malas suceden tenemos mecanismos innatos para recuperarnos y volver a ponernos en pie. Pero cuando nuestros problemas más pequeños nos arrebatan el sueño o la paciencia, ¿qué sucede?

Si alguna tuviste miedo de perder de perspectiva las cosas que son más importantes, te recomiendo buscar las quejas de atención al cliente de miles de empresas que reciben las críticas más disparatadas y fuera de la realidad de clientes que pasan el límite de lo que podría ser considerado “insatisfecho”.

Sin embargo, podemos burlarnos sabiendo que somos igualmente culpables (a veces con demasiada facilidad) de que nuestras vidas, tan cómicamente privilegiadas, se vea paralizada en ocaciones por muchos “pequeños problemas” de la vida diaria que nos provocan un “no tan pequeño” quiebre emocional. Pero tal vez no deberíamos sentinos tan mal por sentirnos mal (valga la redundancia). Al parecer, es todo fruto de una rareza de la mente. Hay una buena razón por la que éstos reveses de menor importancia pueden causar más angustia a largo plazo que las realmente grandes y significativos.

La Paradoja de la Región Beta

Esta anomalía se conoce como “la paradoja de la región beta” y fue descrita por primera vez hace una década en un artículo titulado “La peculiar longevidad de las cosas no es tan mala”, escrito por el psicólogo Dan Gilbert y colegas.

Cuando las cosas verdaderamente malas pasan, cruzamos un umbral, desencadenando mecanismos que nos ayudan a recuperarnos. Para utilizar uno de los ejemplos de Gilbert: si una mujer descubre que su marido ha estado teniendo una aventura, puede aprovechar todos sus poderes de la racionalización, convenciendo a sí misma que era algo que tenía que salir de su vida, o que se trata de una crisis de la que van a salir fortalecidos. Por el contrario, si el único defecto del esposo es dejar los platos sucios sin lavar, sus defensas cognitivas no entran en juego. Así que su enojo por ésta burbuja menor no la dejará tranquila.

Esta no es la forma en que usalmente pensamos en cómo funciona el sufrimiento. Solemos suponer que cuanto más grande es el trauma, será más duradera la angustia. Pero el estudio muestra que ésta forma de pensar es a menudo falsa.

En el estudio, los participantes recuperaron más rápidamente de un insulto dirigido a ellos mismos (un evento relativamente importante) que de ser testigo de uno dirigido a otra persona. Las personas afectadas por los ataques terroristas, algunos expertos argumentan, pueden sufrir menos trauma a largo plazo que los menos afectados. Y el patrón se repite en muchos rincones de la vida.

Así que, mientras que pensamos que dejar que ciertas trivialidades nos enfurecen es una tontería, la paradoja de la región beta nos recuerda que la angustia no obedece a reglas simples; no hay un estándar puramente objetivo con el cual es posible juzgar la reacción una persona dada, ante un evento particular. Todo dolor duele. O, como sabiamente ha sido demostrado, “lo peor que te ha pasado es lo peor que te ha pasado”. Como reza un axioma de la psicología social, el presente del sujeto equivale al su presente psicológico; por más que parezca un hecho nimio o alla ocurrido años atrás.

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