A pesar de que pueda parecer que existe una crisis de valores y que el esfuerzo de estudiar y formarse no suele tener el éxito de aquellos que se dedican a cultivar otras habilidades como la astucia para los negocios – en especial, si no son del todo lícitos.
Sin embargo, la educación en sus diversas dimensiones no ha perdido ni un ápice de su potencial transformador de la realidad, y cualquier persona en cualquier condición puede mejorar su vida y ampliar sus posibilidades mediante el acceso a la educación.
Así como en décadas pasadas el anhelo de las clases populares era que sus hijos desembarquen en la Universidad, casi como garantía de un ascenso social (situación sintetizada en la frase “mi hijo el doctor”), lo cierto es que si bien hoy ningún título o crédito garantiza por sí solo un empleo – y menos aún, la estabilidad económica a lo largo de la vida – lo cierto es que en el mundo globalizado, competitivo, tecnologizado y diversificado, el acceso a la educación es clave para no quedar marginado, y cualquier política pública no debe dejar de considerar a la educación en primer lugar, agotando esfuerzos para la construcción de un sistema lo más inclusivo posible.
El acceso a la educación abre un universo de posibilidades, desde la primera infancia, como la forma por excelencia de que la persona canalice todo su potencial. Pero no debe verse sólo como un elemento capacitador para el futuro laboral, ni mucho menos. La educación tiene la virtud de construir calidad de vida.
La calidad de vida es la combinación de las condiciones de vida de una persona (cómo vive), su satisfacción en estas condiciones (cómo se siente en relación a cómo vive) y la forma en que valora esas condiciones con respecto a sus valores, aspiraciones y expectativas (cómo valora la forma en que vive).
Esto significa que en cualquier momento de la vida, en cualquier circunstancia, una persona puede mejorar su calidad de vida a través de la educación: desde niños en situación de vulnerabilidad social que logran ser escolarizados y así alejarse de la situación de calle, de trabajo infantil o hasta de explotación, hasta un profesional que desea incursionar en alguna especialidad dentro de su carrera, una ama de casa que decide aprender aquello que le gusta o un jubilado que aprovecha su tiempo libre para seguir desarrollando capacidades y proyectando, o ese ejecutivo de carrera que es un artista frustrado, y en un momento de su vida decide darle lugar a su vocación artística.
En este sentido, la educación no formal adquiere más que nunca un papel protagonista, entendiéndose por ella a toda la educación que escapa a los programas curriculares oficiales, donde lo importante no es aprobar niveles, sino adquirir un conocimiento, una aptitud, desarrollar una habilidad útil y/o enriquecedora para la vida.
En este sentido, las nuevas tecnologías han permitido que muchísimas personas accedan a este tipo de propuestas educativas, con la ventaja inigualable de una mayor accesibilidad, al menos para aquellos capaces de manejar básicamente las nuevas tecnologías y acceder a ellas.
Dicen los teóricos que estamos inmersos en la “sociedad del conocimiento”, donde la educación es pieza clave y un elemento dinamizador del desarrollo de las sociedades, lo que implica el desarrollo de nuevas posibilidades educativas, más allá de los sistemas educativos formales.
Es así que el potencial de la educación de mejorar la calidad de vida, no se limita a las políticas públicas que sean eficaces en abarcar al mayor número posible de habitantes, en especial durante la infancia. La educación es una herramienta para cualquier momento de la vida, que hace posible sentirse mejor con uno mismo, alcanzar nuevos logros y adquirir habilidades que resultan en beneficios para la persona, no necesariamente en el plano laboral/económico.
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