La educación rural en Latinoamérica

América Latina tiene dos cualidades que enmarcan las condiciones de existencia de las escuelas rurales: grandes extensiones territoriales y economías en vías de desarrollo, con poblaciones numerosas, de las que una buena parte pertenecen a los sectores sociales más bajos. De esta manera, la realidad de muchas escuelas rurales en estos países es realmente dura: aisladas geográficamente, terminan siendo el emergente de la falta de políticas sociales y educativas que realmente sean eficaces en abarcar a los sectores vulnerables.

Es así que en ocasiones, las escuelas rurales subsisten con escasos recursos, y muchas veces sostenidas por la enorme vocación de los docentes que llegan a parajes a veces muy remotos, con la voluntad de educar a estos niños, olvidados del sistema.

 

“La educación y la formación son dos de los más poderosos instrumentos en la lucha contra la pobreza rural y a favor del desarrollo rural”, señalan desde la FAO y UNESCO. «El rezago se debe en gran parte a que la población rural no es homogénea, a que son poblaciones aisladas y en condiciones de alta vulnerabilidad social y económica, y a que se requieren políticas intersectoriales que incluyan apoyos en diversos ámbitos”, señala por su parte Ana Luiza Machado, directora de la Oficina Regional de Educación de la Unesco para América Latina y el Caribe.

 

Escuelas rurales latinoamericanas: rasgos y realidad

En general, las políticas educativas latinoamericanas cuentan con los mismos planes y programas para todos los niños, siendo llamativo y notable que no haya experiencias de currículo diferenciado para los sectores rurales y en los diferentes sectores rurales, adaptándolo a las experiencias y habilidades que los niños que allí viven poseen.

De esta forma, la realidad de la escuela rural podría transformarse en la medida en que el sistema educativo contemple la diversidad, dado que en las zonas rurales existe mucha heterogeneidad. En esta falta de adaptación reside tal vez, uno de los principales factores que explican el rezago de la educación para esta zona, ya que los gobiernos deberían diseñar diferentes estrategias educativas, invertir más tiempo y dinero.

Las escuelas rurales tienen algunos rasgos comunes, donde residen sus desventajas. Son establecimientos económicamente pobres, equipados inadecuadamente, con escases de profesionales, donde los programas no tienen adecuaciones atendiendo a las características propias de la realidad rural.

Un dato no menor es que en América Latina las escuelas rurales son además escasas en número, y allí donde están, son incompletas, y sus recursos en ocasiones muy por debajo de lo básico. Es habitual además que se trate de escuelas multigrado, donde los alumnos no están divididos en niveles, y donde hay un único docente para todos.

Finalmente, una dura realidad como es la del trabajo infantil, pone una piedra más en el camino de la escuela rural latinoamericana. En este sentido como en otros, la escuela rural no se convierte en un elemento transformador de la realidad, impulsor del desarrollo local de las comunidades rurales, sino que reproduce las condiciones de existencia de desigualdad e inaccesibilidad a otras posibilidades.

Si bien en los países latinoamericanos persisten los problemas en el acceso, el problema mayor que enfrentan estos países de la región es el de la permanencia y finalización de estudios. En efecto, muchos países tienen altas tasas de repetición y de abandono escolar, siendo aquellos niños y niñas que viven en situación de mayor vulnerabilidad los que sufren las más persistentes consecuencias.

 

Algunas ventajas

Pero no todo es desventajas en la educación rural. Existen algunas ventajas, siendo la más evidente que se organizan en grupos pequeños, donde el docente es capaz de tener un trato muy personalizado, conociendo las particularidades de cada niño o niña, y tratando de adaptar la experiencia educativa a cada uno. El docente rural se constituye en un “maestro integral”, que no sólo dicta clases sino que está al tanto de los problemas de la escuela, de la realidad de cada niño, y terminan cumpliendo múltiples tareas: docente, tutor, pedagogo, orientador, entre otras.

La falta de acceso a recursos hace que estos docentes deban recurrir a la experimentación educativa, es decir que no se limitan a brindar los contenidos curriculares indicados por los programas oficiales con esas metodologías pensadas para el alumno urbano. Por el contrario deben innovar permanentemente, llegando en muchas ocasiones a enriquecedoras experiencias dentro del aula.

Por las mismas razones, el docente rural lleva a cabo una pedagogía activa, donde el alumnado tiene un papel protagónico de participación dentro de la actividad del aula.

El hecho de que alumnos de distinta edad compartan el aula, es para muchos entendidos una ventaja, donde se dan dinámica de participación entre mayores y menores, siendo los propios alumnos los que muchas veces ayudan a los más pequeños, lo cual ofrece una posibilidad de aprendizaje muy enriquecedora.

Es así que el contexto de la escuela rural no es puramente negativo, si bien el camino que resta recorrer es largo. Por el contrario, la escuela rural ofrece experiencias educativas que de ser debidamente valoradas, podrían resultar sumamente enriquecedoras para los alumnos rurales y para la educación en general.

Pero es innegable que la condición de la escuela rural latinoamericana corre con una amplia desventaja, y la brecha entre los alumnos rurales y urbanos, es amplia y difícilmente salvable. En la convención de los Derechos del Niño se señala, explícitamente, que el derecho a la educación ha de estar eximido de cualquier tipo de discriminación y ha de estar inspirado en la igualdad de oportunidades. Un derecho que todavía no es realidad para el alumno rural, y que debería estar en la agenda de quienes disponen de las políticas educativas de los países de la región.

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